domingo, 9 de junio de 2013

YA NO SOY, SIMPLEMENTE SOMOS

YA NO SOY, SIMPLEMENTE SOMOS

Nuestros padres nos trajeron al mundo en las frías y fértiles orillas del Huatanay bordeando el Cuzco. Crecimos asombrados por la dimensión de las rocas de granito gris oscuro, extraídas, labradas y pulidas con los músculos y la sangre de miles de esclavos quechuas, aymaras, pocras, chankas y de otras latitudes, para construir los palacios de los grandes señores conocidos como incas. Esas piedras fueron luego base y cimiento de casonas de los conquistadores españoles, cuyos siervos habían sido antes  los señores.

Fui criado a la fluctuante luz de los fogones. Mi ama, una pequeña hermosa y sólida joven campesina, aromosa y tierna, me alimento con papas primerizas, anchos y abundantes choclos y queso hecho de leche de vacas pausadas y amigables, con el aderezo todo de sabrosos y mágicos relatos.

Para frenar mis riesgosas aventuras intentó disciplinarme contándome al oído los castigos horrendos y pavorosas rutas infernales para los desobedientes y rebeldes. Me inundó también con la historia de personajes fabulosos y malignos espíritus nativos y extranjeros: desfilaron sotanas y puntiagudas capuchas franciscanas, con el puñal filudo en pos de grasa humana y necias almas, cabezas voladoras de amantes torturados por sus gozos incestuosos, silenciosas y dóciles siervas de los curas, cuyas huellas clandestinas se transforman en las de cascos de una mula; inmundos gamonales sin corazón ni vértebras de hombre, que se tragan la alegría, las infancias y manchan todo de amargura. Y dominando todos los paisajes, solemnes, majestuosos, los Apus milenarios, a los que la gente rendía la suerte de sus vidas y ganados y los crédulos escuchaban sus respuestas en el maqauchi o los fuegos fatuos.

Más tarde, arrimándome a sus pechos, en largas noches e interminables madrugada, fui diluyendo con mis crecientes dudas la parte mágica de todas las historias. Y los demonios tortuosos y agresivos, lo sombríos fantasmas que crecen cuando crees, después de arañarme, se asustaron, se escaparon  escondieron para no enfrentarme cara a cara. Entonces las verdaderas historias afloraron.

Los padres nos construyeron con más paciencias que impaciencias. Descubrimos cada letra en animosa brega, aprendimos a leer en las imprentas y a escribir en las paredes sosteniendo los reclamos de la gente.

De abuelos primitivos logré un espíritu inquieto, aventurero, el ser impenitente e incansable trashumante, marchando intrépido a descubrir nuevos mundos, visitando los tenebrosos fondos de todos los océanos, arribando a desconocidas y misteriosas playas, conquistando los polos o el centro mismos de la tierra. Azarosos viajes, cribados de peligros, dejaron nuestros libros y los riegos literarios se hicieron más mortales.

Soy del país donde nace el agua. Aprendí a lavarme la cara, endurecer la piel y ordenar mis cabellos, con su sobria y filuda lengua líquida, que me ha entregado un rostro, una sombra, un sentido de los vientos y ha llenado todos mis túneles y cauces con tumultuosas corrientes y a veces renegridos remolinos. Algunas noches escucho en mi sangre el bramar del río, reluciente de luna y ojos de volcán preñado, ansiosos de mundo. Y otras noches solo es un susurro, un canto bajito, para no turbar el sueño de los brotes tierno.

Con el hallazgo de un tesoro, que buscaba afanosamente y sin saberlo, el Manifiesto, todo se hizo fácil de comprender y explicar. Del porqué el aguacero solo golpea las espaldas de los pobres, de cómo la crisis, que despelleja y exprime a los obreros y campesinos, engorda a unos cuantos ricos, que se apoyan y protegen sus palacios, caudales y derechos señoriales, con una inmensa y pareciera poderosa maquinaria, erizada de fusiles, jueces, burócratas lustrosos y artífices de engatusar incautos. Ello me ayudo a una experiencia inicial de ser parte de la vanguardia inevitable y necesaria; el ejemplo de nuestro padre inspiraba, más tarde la comprensión sería plena.

La vida me urgió llegar a Huamanga, para nacer de verdad.

Desde entonces ya no hay demonios sino para explicar sus razones sociales y el camino para derrotarlos.

Soy un pueblo que no se queda quieto, que no se satisface con supervivir y cultivar las lágrimas ni renunciar a la alegría y los cantos de libertad sobre la tierra. Yendo en pos del alba hemos ido labrando todos los senderos con nuestras febriles y obstinadas huellas. Y nuestros árboles creciendo nos dieron vigorosos y hermosos frutos, sin embargo, el fragor de los días nos quitó algunos muy preciados, dejándonos dolorosos y profundos surcos, el zigzagueante camino y el costo que hay que pagar por el futuro.

Y concentrando todas las jornadas, el haber visto mucho y soportado todo, el haber renacido de cenizas, haber logrado la luz del sol y el color y sabor del trigo, ha hecho más sólido y pleno el amor al fuego y más consciente y decidido el servicio al pueblo.

Ya no soy, simplemente somos.

noviembre, 2006

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